viernes, 22 de abril de 2016

Las artes plásticas del siglo XIX hasta la llegada del Impresionismo

La reacción al Neoclasicismo y el dominio de la Razón no se hizo esperar. Esta transformación en la estética y en los ideales de la época vienen de la mano del Romanticismo, movimiento artístico que está encarnado por una serie de pintores que representan exactamente lo contrario a lo que había imperado hasta entonces. La exaltación de la fantasía, el color, el sentimiento, la revalorización de lo individual, la búsqueda de las raíces de los pueblos y la defensa de sus derechos son algunas de las muestras del cambio de mentalidad acaecido. La visión subjetiva de los hechos, e incluso la cara menos agradable de los mismos, sustituye a la pretensión neoclásica de ofrecer una visión idealizada y ejemplarizante en las representaciones. El artista romántico se rebela y renuncia al papel que le había sido atribuido tradicionalmente; se niega a ser simplemente un instrumento en manos del poder político y reivindica su derecho a ser libre y a representar las cosas tal y como él las entiende y siente. 

El siglo XIX será, además, testigo de la aparición de otras nuevas corrientes artísticas como el Realismo, interesado en captar con extrema fidelidad la situación del trabajador, bien sea en las ciudades tal y como hizo Daumier, o en el campo como hará Millet.

Millet: La costurera. Museo d'Orsay. París



1. ASPECTOS GENERALES DE LA PINTURA ROMÁNTICA

El movimiento que conocemos como Romanticismo es difícil de calificar desde un punto de vista estilístico ya que carece de una sistematización como la que podíamos encontrar en el Neoclasicismo. Algunos autores han considerado oportuno definirlo como la tendencia artística que sigue al Neoclasicismo, lo que no es más que un modo un tanto simplista de solventar el asunto recurriendo a la ubicación cronológica. Sobre la complejidad del problema, Fritz Novotny afirma: "El Romanticismo es uno de aquellos términos utilizados en la Historia del Arte cuyos límites son particularmente difíciles de definir. Esto no se debe únicamente al hecho de que el significado de un concepto se amplía hasta el punto de hacerse impreciso, sino también a que los elementos del Romanticismo aparecen en numerosas anticipaciones antes de asumir la concentración y determinación de una tendencia puramente estilística". Sin embargo, sí podemos afirmar que la Pintura es uno de los campos artísticos en el que mejor se expresa al espíritu romántico y en el que podemos apreciar una serie de características que nos servirán para delimitarla y facilitar su estudio:
  • El Romanticismo supone, ante todo, la exaltación de los sentimientos frente a la razón que tan defendida fue por el Neoclasicismo. Las apreciaciones subjetivas de los hechos, generalmente marcadas por el pesimismo, interesan más que la verdad de los mismos.
  • Como consecuencia de lo anterior, la mayor parte de los pintores románticos siente un profundo amor por el color. Frente a la predilección por el dibujo, característica de Neoclasicismo, en estos momentos triunfa la devoción por el cromatismo. La mancha sustituye a la línea como vehículo para poder expresar los sentimientos exaltados y favorecer los dramáticos contrastes lumínicos
  • Las composiciones son bastante desequilibradas y complejas en la mayor parte de los casos, y se contraponen a las composiciones neoclásicas, mucho más organizadas. El espíritu romántico se caracteriza por su turbulencia y exaltación, lo que le aproxima, técnicamente hablando, al Barroco, estilo este último profundamente despreciado por los neoclásicos. 
Delacroix: La matanza de Quíos. Museo del Louvre. París

  • Los temas son muy variados y entre ellos destacan los históricos y literarios. La Edad Media es un punto de referencia vital que permite encontrar las raíces y la propia identidad de cada pueblo. Otro aspecto muy novedoso de la pintura romántica es que se pretende captar el aspecto dramático del hecho y el patetismo del mismo, más que la victoria o el triunfo. Los lugares exóticos resultan bastante atractivos para la mayor parte de los pintores románticos quienes, gracias al espectacular avance de los medios de transporte, pudieron conocerlos directamente. El retrato y el paisaje son otros de los temas más importantes de la pintura romántica. La naturaleza no aparece como un elemento sometido por el ser humano, sino como una fuerza contra la que éste ha de luchar y que se representa, en ocasiones, con un cierto aire bucólico. 
John Constable: El caballo blanco. Frick Collection. Nueva York




2. ROMANTICISMO FRANCÉS

2.1. Géricault y Delacroix

El Romanticismo francés sigue, casi con absoluta fidelidad, las características que hemos enumerado anteriormente. Es en este país donde encontramos a los dos artistas que, en la pintura, mejor se ajustan al espíritu romántico.

Jean-Louis-Théodore Géricault (1791-1824), contemporáneo de Jacques-Louis David, se alejó absolutamente de él en lo que a materia pictórica se refiere. Su tormentosa biografía se ha puesto en relación inevitablemente con la de Caravaggio. Viajó a Roma y allí estudió en profundidad la pintura de Miguel Ángel. También estuvo en Inglaterra, donde pudo comprobar las transformaciones sufridas en este país durante la Revolución industrial y donde entró en contacto con la obra de Constable. Géricault puede ser definido como un colorista que imprime a sus pinturas una gran energía y furor. Su obra más conocida es La balsa de la Medusa, exhibida en 1818 provocando una escasa aceptación, tanto en el público como entre los críticos. En ella se recoge un hecho que sucedió dos años antes de que se pintase el cuadro: el motín y naufragio de una fragata francesa frente a las costas de África. El artista elige un episodio histórico que no sirve para exaltar ni enaltecer un momento de gloria, sino que prefiere plasmar en su pintura un hecho lamentable, trágico e incluso patético. Géricault estuvo siempre muy interesado por los temas orientales así como por los caballos, una de las pasiones de su vida. A esta temática corresponden Oficial de Húsares a caballo y La carrera de caballos libres en Roma

Géricault: El oficial de Húsares a caballo. Museo del Louvre. París

El otro gran pintor romántico francés es Eugène Delacroix (1798-1863). Perteneciente a una ilustre familia burguesa, tuvo desde muy pronto una sólida formación humanística. Conoce a Géricault, al que admira, sobre todo, por haber sido capaz de hacer una obra tan impactante como La balsa de la Medusa. Uno de los hechos más le marcó en su vida fue el padecimiento de una grave enfermedad que le obligó a permanecer en casa durante bastante tiempo. Su concepto de la pintura se basa en Rubens, Veronés y Velázquez, entre otros; se trata de una pintura colorista y sensual. La libertad guiando al pueblo (1830) es, quizá, la obra por la que es inmediatamente identificado. En ella refleja la insurrección de 1830 (conocida como Revolución de Julio) que tiene lugar en París y que pone fin a la restaurada monarquía borbónica. La libertad es, en esta obra, una mujer que recuerda a la Victoria de Samotracia y que lleva en una de sus manos la bandera tricolor francesa. La escena, tal y como sucedía en La balsa de la Medusa, se organiza de abajo a arriba. La huella de este cuadro que tanto impresionaba a Delacroix también se puede apreciar en La barca de Dante (1822). 

Delacroix: La libertad guiando al pueblo. Museo del Louvre. París

Delacroix: La barca de Dante. Museo del Louvre. París

La pintura histórica tendrá una gran relevancia dentro del Romanticismo. Delacroix es un gran cultivador de este género, tal y como podemos comprobar en su obra La matanza de Quíos (1824) que, lo mismo que Grecia expirando en las ruinas de Missolonghi, pretende rendir tributo a los griegos que en estos momentos están luchando por su independencia frente al poder otomano (recordemos que, precisamente en Missolonghi en 1824, fallece a causa de la peste el escritor romántico Lord Byron). 

Delacroix: La matanza de Quíos. Museo del Louvre. París

La muerte de Sardanápalo (1827-1828) es una de sus más bellas creaciones en la que se narra el trágico momento que vivió este monarca asirio, el cual se vio obligado a matar a sus esposas y caballos antes de ver cómo eran asesinados por las tropas persas. En este cuadro, Delacroix demuestra ser un buen conocedor de la obra de Rubens.

En 1832 viaja a España y Marruecos por espacio de seis meses y se pone en contacto con un mundo que le fascina, pleno de sensualidad, luz y colorido, queda atrapado por el encanto de lo exótico y de lo desconocido que tanto interés despertó en la mayor parte de los artistas románticos.


2.2. La Escuela de Barbizon y Camille Corot

En Francia la pintura de paisaje está representada por la Escuela de Barbizon también llamada de Fontainebleau, nombre por el que se conoce a un grupo de artistas afincados en este bosque de Francia. Entre ellos destacan pintores como Theodore Rousseau, Charles François Daubigny y Jean François Millet. Para muchos autores, la Escuela de Barbizon supone el antecedente más inmediato del Impresionismo, puesto que muchos de los integrantes de esta escuela se trasladaban con su caballete para pintar directamente del natural, aspecto esencial de la pintura impresionista. Otros, sin embargo, creen que son demasiados los nexos de unión que estos mantienen con la pintura tradicional como para hacer esta afirmación. De lo que no cabe duda es de que nos encontramos frente a un arte muy próximo al Realismo y que en todos estos artistas el común denominador es que el paisaje, armónico y sereno, se convierte en el protagonista de sus composiciones.

El más emblemático de todos estos autores es Théodore Rousseau (1812-1867) _no debe confundirse con el también pintor Henry Rousseau, "el aduanero"_ y es, además, quien asume el papel de director del grupo. Empieza a pintar a una edad muy temprana dentro de un estilo clasicista. En su obra podemos apreciar la debilidad que siente por los árboles aislados de grandes dimensiones. Admiró y coleccionó grabados japoneses en madera como harán muchos de los pintores impresionistas. Algunas de sus obras más interesantes son En el confín del bosque de Fontainebleau (1847) y Efecto temporal: vista desde la llanura de Montmartre (1850). 

Théodore Rousseau: Grupo de cabras en Apremont. Museo del Louvre. París

Camille Corot (1796-1875) nace en París en el seno de una familia burguesa. Desde muy joven da muestras de su gran vocación artística. Se forma en los estudios de Michallon y Bertin. Viaja a Italia en varias ocasiones para convertirse, tras su regreso a Francia, en un pintor reconocido que recibe distinciones y encargos oficiales. Utiliza una pincelada suelta para representar ambientes íntimos y tranquilos que son acariciados por una luz dorada. Sus paisajes son bucólicos, líricos y poéticos. Se enfrenta a su interpretación de un modo radicalmente diferente a otros pintores del momento: "No importa el lugar o el objeto; sometámonos a la impresión primera. Si estamos realmente tocados por ella, la sinceridad de nuestra emoción pasará a los otros". Esta manera de concebir la pintura inaugura algo que van a seguir empleando los impresionistas: el contacto directo con la naturaleza. Corot se convierte así en una importante fuente de la que bebieron muchos de los pintores impresionistas. Su conocida predilección por el paisaje no implica que no cultive otros géneros, entre los que destaca su gran calidad como retratista. La catedral de Chartres (1830), La lectura interrumpida o las múltiples obras que realizó durante su estancia en Italia son algunas de sus más bellas creaciones.

Corot: Agostina. Galería Nacional. Washington

Corot: La catedral de Chartres. Museo del Louvre. París


3. ROMANTICISMO INGLÉS

3.1. La pintura fantástica inglesa

En Inglaterra, la pintura del momento se va a caracterizar por una oposición al academicismo y por el gusto por los temas del Romanticismo, aunque basados formalmente en el dibujo. Los pintores ingleses eligen una iconografía fantástica, onírica, delirante y surrealista, en la misma línea de algunas de las últimas pinturas y grabados de Goya y muy próxima a la obra de El Bosco o Brueghel.

Heinrich Füssli (1774-1840) nace en el seno de una familia culta en Zúrich, pero la mayor parte de su vida se desarrolla en Inglaterra. De formación autodidacta, sus primeras "obras" son copias de dibujos coleccionados por su padre, en las de un principio, un interés especial por la literatura y por los temas relacionados con la muerte, lo sobrenatural y lo truculento. Estuvo en Italia, donde conoció la obra de Miguel Ángel de la que le impresionaron especialmente las titánicas anatomías, el heroísmo y la tensión de extrema de sus figuras. En el cuadro Titania (1887-90) recurre a El sueño de una noche de verano de Shakespeare como fuente esencial de inspiración. Las pesadillas son visiones demoníacas de íncubos que se aparecen bajo formas de diversos animales ante mujeres que se desmayan por el pánico que éstos les producen.

Füssli: Aquiles y Patroclo

Füssli: Titania. Kunsthaus. Zurich

William Blake (1757-1827) es contemporáneo de Füssli. Desde muy pequeño siente una gran curiosidad por todo lo que tuviera relación con la religión. Su primer contacto con el arte se produce a través de un grabador que fue su maestro y que le mandó copiar un buen número de esculturas que decoraban la catedral de Westminster. Su obra como pintor está indisolublemente vinculada al libro El paraíso perdido de Milton. Blake se acomoda muy bien dentro del perfil de artista solitario, aislado de la sociedad y con serios problemas para relacionarse con el mundo que le rodea. Su pintura se fundamenta en un dibujo potente, posiblemente por su formación de grabador, y en el que se refleja el conocimiento de lo clásico. Su paleta está integrada por colores atornasolados e irreales. Blake fue un auténtico visionario que se adelantó considerablemente a su tiempo. Ilustró la Biblia y La Divina Comedia de Dante (1824-1827). En la representación de un paisaje de la misma, Beatriz, situada en un carro tirado por un grifo, habla con Dante; la escena se desarrolla en medio de torbellinos y cortinajes. En resumen, podemos decir que la imaginación es el elemento que preside toda su creación como un valioso y original mecanismo para transmitir un mensaje religioso. Rechaza con todas sus fuerzas el arte oficial y, especialmente, al pintor inglés Reynolds.

Blake: El Purgatorio. Museo Asmolean. Oxford

Otro de los pintores ingleses que integran esta corriente es John Flaxman (1755-1826) que empezó trabajando en la realización de modelos para la fábrica de cerámica de Wedgwood.

  
3.2. Los paisajistas ingleses: Constable y Turner


El pintor romántico inglés abandona su taller para pintar directamente del natural anunciando, de esta manera, la proximidad del Impresionismo. La técnica que más se empleó fue la acuarela que permite pintar con rapidez y reflejar las distintas condiciones lumínicas.

John Constable (1776-1837) no manifestó ninguna voluntad por ir a Italia, algo que se había convertido en un imperativo para la mayor parte de los artistas, especialmente durante el período de formación. Desde un primer momento, captar del natural los paisajes de la verde Inglaterra se había convertido en una de sus máximas ambiciones. La técnica a la que recurre con mayor frecuencia es la acuarela. Maneja el color con gran agilidad, aplicándolo en ocasiones directamente sobre el lienzo con espátula. Es el gran pintor de las nubes y de las tormentas inminentes. Entre sus obras más importantes se encuentran La catedral de Salisbury (1823) y El carro de heno (1821). En estas obras, Constable se aleja de la tradicional visión idealizada de la naturaleza, prefiriendo los aspectos más concretos de la misma y su representación en momentos precisos del día con unas condiciones de luz particulares. 

John Constable: Castillo y molino de Avundel

Joseph Mallord William Turner (1775-1851) convirtió la Naturaleza y los cambios de luz en el núcleo de su obra, de la misma manera que lo hizo Constable. Aparte de esta coincidencia, entre ellos existe un buen número de aspectos que les diferencian. La principal divergencia es que, para Constable, la luz se refleja en los objetos, mientras que en la pintura de Turner, la luz penetra en el objeto y lo deshace. Este pintor nace en Londres y, a la edad de veintisiete años, ingresa en la Royal Academy. A diferencia de Constable, adquirió gran fama bastante pronto. Se le consideró un revolucionario e inconformista. En sus cuadros podemos seguir los pasos de su profunda evolución artística: en un primer momento se siente atraído por un tipo de paisaje y una pintura, en líneas generales, bastante academicista. Más tarde, su pincelada se vuelve más suelta (El incendio del Parlamento, 1835) lo que produce una sensación de abocamiento. Viajó a Italia y conoció la ciudad del Impresionismo, Venecia, en donde la luz es particularmente dorada, color que se va a convertir en el protagonista de sus lienzos. En su cuadro Lluvia, vapor y velocidad (1844) la luz se filtra a través del vapor del ferrocarril, el cual ha perdido su definición y protagonismo. Al artista le interesa más el comportamiento de la luz ante determinados fenómenos atmosféricos que el objeto en sí mismo. La carencia de definición de las formas que representa delata la cercanía al Impresionismo (no en vano muchos expertos han considerado este cuadro como el antecedente más directo de La estación de Saint Lazare de Monet). En sus últimas obras, Turner realiza una producción más inconcreta e inmaterial llegando a rozar en algunos casos la abstracción. Este autor parte de la admiración que siente por pintores de la talla de Poussin o Claudio de Lorena, para llegar a la consecución de un estilo tremendamente personal. 


Turner: Vista de la ciudad de Venecia. Toledo Museum of Art. Ohio

Turner: Funerales en el mar del pintor sir David Walkie. Tate Gallery. Londres


4. LA PINTURA ROMÁNTICA ALEMANA


Uno de los elementos que confieren mayor unidad a la pintura romántica alemana es la fuerte irrupción de la religiosidad, algo que afectó a la mayor parte de los pintores alemanes de este momento.

Caspar David Friedrich (1774-1840) es el mejor representante de la interpretación del paisaje desde un punto de vista místico-religioso. En sus obras, el pintor otorga a la naturaleza connotaciones alegóricas y la convierte en un símbolo de religiosidad. Esta identificación le sirve, además, para reflejar el concepto de lo sublime de Kant.

Friedrich nació a orillas del mar Báltico y estudió en Copenhague. Más tarde se dirige a Dresde, importante foco del Romanticismo, donde se establece definitivamente y donde muere pobre, solo y abandonado. Fue un artista que no conoció una marcada evolución en su arte; durante toda su carrera mantiene un peculiar estilo y una misma manera de entender la pintura. Representó, sobre todo, atardeceres y amaneceres en los que se recortan las siluetas de las ruinas que evocan el esplendor de un pasado ya perdido. Si su obra se observa con detenimiento, advertimos que el ser humano aparece casi siempre de espaldas situado en inmensos escenarios naturales; es un ser absolutamente insignificante en medio de la inmensidad, lo que produce sensaciones como la melancolía, la tristeza o la soledad. Son especialmente interesantes y significativos sus inmensos paisajes de hielo de entre los que sobresale su obra Mar glacial

Friedrich: Mar glacial. Hamburger Kunsthalle. Hamburgo

Otto Runge (1777-1810) nace en Pomerania y estudia en Copenhague. Sobresalió, no sólo como pintor, sino también como escultor. De él nos quedan algunos grabados y escenas religiosas como La huida a Egipto.

Otto Runge: Autorretrato. Galería de Arte. Hamburgo

Los Nazarenos son un grupo de pintores alemanes que trabajan en Roma, han nacido hacia 1785, viven en comunidad y tienen un elemento común: su oposición a las enseñanzas académicas.

Los artistas a los que recurren para buscar su inspiración son Fra Angelico, Rafael, Perugino, Durero, algunos pintores del Barroco clasicista o el arte clásico. Los temas que prefieren son los de carácter religioso y rescatan la pintura al fresco que había caído en desuso. Ellos van a influir considerablemente en el nacimiento del Prerrafaelismo en Inglaterra. Dentro de este grupo de pintores sobresalen Johan Friedrich Overbeck, Franz Pforr, Peter Cornelius y Joseph von Furich

Peter Cornelius: José reconocido por sus hermanos. Galería Nacional. Berlín

Las obras más representativas son los frescos que pintaron colectivamente en la Casa Bartholdi en Roma.  

  
5. LA PINTURA REALISTA FRANCESA


Frente a la fantasía característica de los pintores románticos, surge en Francia durante los años 50 y 60 un grupo de pintores que pretenden reflejar la realidad social _en concreto, la realidad del pueblo oprimido en un momento de ascenso de la burguesía_ con la mayor fidelidad y, al mismo tiempo, con la mayor simplicidad posible, sirviéndose de la pincelada firme que origina formas precisas alejadas ya de la exaltación cromática del Romanticismo. 

La pintura no quiso sustraerse de la lucha de clases, claramente asociada a la Revolución industrial, que protagonizaría el pensamiento de uno de los filósofos más influyentes de nuestra Historia Contemporánea, Karl Marx.

Uno de los pintores más representativos del Realismo es François Millet (1814-1875) quien acudió a Barbizon en un intento por reencontrarse con la naturaleza, cansado del modo de vida que trajo consigo la Revolución industrial. Millet quiere, antes que cualquier otra cosa, exaltar la figura del ser humano y dignificar su trabajo. Es el pintor de los campesinos, de los humildes conscientes de su situación ante la que han sabido resignarse.

Aspectos como la sencillez, la calma y la serenidad son perceptibles en la mayoría de sus obras (Las espigadoras, 1857, El Ángelus, 1858-1859).

Millet: El Ángelus. Museo d'Orsay. París

Gustave Courbet (1819-1877) nació en Ornans, ciudad a la que siempre se sintió muy apegado, en el seno de una familia de terratenientes acomodados. Su padre había pensado para él en una profesión bien diferente a la que más tarde escogería. Prefería que su hijo fuese ingeniero o abogado antes que pintor y para ello le mandó a París a estudiar. Se identificó con el Socialismo, lo que le trajo no pocos problemas. Siempre se desafió a la tradición y quiso que su obra fuera para el pueblo.

Eligió temas bastante poco convencionales, sobre todo escenas de la vida cotidiana que se desarrollan en el contexto rural que le es propio. En muchas ocasiones, estas pinturas son sólo testigos de la realidad y no pretenden transmitir ningún mensaje, como Sobremesa en Ornans y El encuentro, (también conocido como Buenos días señor Courbet) en la que el artista se autorretrata paseando por el campo y saludando a un cliente. 

Courbet: Buenos días, señor Courbet. Museo Fabré. Montpellier

Fue un gran retratista del que se conservan algunos autorretratos en los que aparece cara al espectador con una mirada clara, directa e inquisitiva, que transmite la idea de que estamos ante un hombre de fuerte personalidad. Pintó también un buen número de paisajes.

Sus dos obras más importantes y, al mismo tiempo, dos de las más criticadas son El entierro en Ornans (1849), bella descripción de la sociedad rural con un realismo y una veracidad aplastante, y El estudio del pintor (1885), obra de gran formato en la que aparece pintado un paisaje junto a una mujer desnuda, su musa, bajo la atenta mirada de un niño, rodeado por una nutrida representación de los personajes de su tiempo entre los que se encontraban buena parte de sus amigos.

Courbet: Entierro en Ornans. Museo d'Orsay. París

Courbet: El estudio del pintor. Museo d'Orsay. París

Honoré Daumier (1808-1879) tuvo la capacidad de despertar una gran curiosidad entre sus contemporáneos. Poseía un ácido espíritu crítico comparable al de Goya. Dotado de un gran carácter satírico, hizo un buen número de caricaturas políticas de gran mordacidad para la prensa; no en vano, su primer trabajo fue para el periódico La Caricature de Charles Philipon. En este mismo medio publicó una caricatura del rey Luis Felipe de Orleans que le costó seis meses de cárcel. Sus personajes son gente sencilla del pueblo e incluso marginales que sufrían las opresiones de las clases poderosas, gente que vive en la más absoluta de las miserias. Daumier puede ser calificado como un gran dibujante que supo traspasar esta habilidad al grabado, pero especialmente a la pintura, tal y como demuestra en su obra El vagón de tercera, realizada con hábiles trazos y vigorosas líneas. Es uno de los artistas que más se va a valorar posteriormente. 

Daumier: Crispín y Scarpín. Museo d'Orsay. París

Daumier: El vagón de tercera. Metropolitan Museum. Nueva York


6. INGLATERRA: LA HERMANDAD PRERRAFAELITA


En el año 1848 aparece en Inglaterra una serie de pintores que advierten la gran destrucción que la industria, con gran desarrollo en este país, está causando sobre la naturaleza: los Prerrafaelitas. Su manera de reaccionar contra este hecho es exaltándola y reflejándola con absoluta fidelidad en su pintura y buscando un primitivo estado de pureza, ya perdido, que encontraron en la Edad Media y en la revalorización del trabajo artesanal frente a la industrialización. En este sentido, existe una fuerte conexión entre William Morris y el movimiento prerrafaelita. Contaron con el valioso apoyo de Ruskin, muy afán también a las ideas de Morris. Tanto Prerrafaelitas como Nazarenos (véase el epígrafe dedicado a los artistas alemanes) pretenden volver al arte anterior a Rafael. Los temas preferidos por estos pintores se mueven entre la leyenda y la religiosidad, en ambientes de ensueño que nos remiten al mundo mágico del Medievo. 

Dante Gabriel Rossetti (1828-1882) se dedicó tanto a la pintura como a la escultura y, en este sentido, se reveló como un artista polifacético. Entre sus obras más divulgadas se encuentra Ecce ancilla Domini (1850), escena que representa la anunciación del ángel a la Virgen. Las mujeres que aparecen en sus cuadros tienen casi siempre un mismo aspecto; jóvenes de sugerentes cabelleras rojizas, tal y como podemos observar en La Ghirlandata.

Dante Gabriel Rossetti: La Ghirlandata. Galería de Arte Guilhall. Londres

Edward Burne-Jones (1833-1898) será uno de los más importantes seguidores de Rossetti y reflejará los objetos con una fidelidad casi fotográfica.

John Everett Millais (1829-1896) llegó a ser presidente de la Royal Academy que, en un principio, había rechazado la Hermandad de los Prerrafaelitas, como ellos mismos se denominaban. Él fue su fundador en 1848 junto a Holman Hunt. Tiene un marcado interés por los temas cotidianos y por lo anecdótico. Algunas de sus obras más interesantes son Cristo en la casa de sus padres, Ofelia y Mariana.

John Everett Millais: Mariana. Colección Makins. Washington


7. LA ESCULTURA DURANTE EL ROMANTICISMO Y EL REALISMO

La inexistencia de claros elementos cohesionados en esta época hace que resulte complicado realizar una clasificación de la escultura. La escultura romántica como tal se desarrolló de un modo casi exclusivo en Francia y será precisamente en este país donde nazca uno de los más interesantes escultores del siglo XIX: François Rude (1784-1855), al que algunos autores consideran el nexo de unión entre el Neoclasicismo y el Romanticismo. Rude fue partidario de Napoleón, lo que motivaría que, tras la caída de éste, huyera a Bruselas. Su obra más importante son los relieves del Arco del Triunfo de l'Étoile de París (1833-1836) de entre los que sobresale La marcha de los voluntarios, también conocido como la Marsellesa, composición llena de heroicidad y dinamismo. Su otra obra magistral es el monumento de bronce del Despertar de Napoleón, que se encuentra situado en un parque en una pequeña localidad próxima a Dijon. Rude demostró una gran capacidad para el retrato en obras como la estatua en bronce del matemático e ingeniero Gaspard Monge.

Rude: La Marsellesa. Arco del Triunfo de l'Étoile. París

Jean-Baptiste Carpeaux (1827-1875) se formó en el círculo de Rude. En su estancia en Roma estudió en la Academia Francesa de esta ciudad, lugar en el que descubrió, como ya lo habían hecho otros muchos, la obra de Miguel Ángel.

Sus primeras esculturas están dentro del más claro academicismo. De este primer momento su obra más importante es Ugolino y sus hijos (1882), en la que hace gala de su gran dominio de la técnica, sobre todo en la magistral representación de las anatomías, posiblemente influido por el propio Miguel Ángel.

Su obra más importante es el grupo escultórico La danza (1869) que forma parte del conjunto que decora la fachada de la Ópera de París, y que le fue encargado por el arquitecto de ésta, Tony Garnier, quien defendió quien defendió la obra frente a las airadas críticas que despertó y que la consideraban vulgar e indecorosa (en el relieve de Carpeaux puede verse un grupo de bacantes que bailan desnudas en torno a un genio alado).

Carpeux: La danza. Teatro de la Ópera. París

Más tarde se le encargó la realización de una escultura para una de las fuentes de los jardines próximos al Observatorio de Luxemburgo. El tema eran los cuatro continentes que interpretó de la siguiente manera: cuatro figuras desnudas alusivas a los cuatro continentes sujetan conjuntamente una esfera con los doce signos del zodíaco.

En Bélgica encontramos a otro gran artista del momento: Constantin Meunier (1831-1904), pintor, escultor y uno de los mejores intérpretes de la vida obrera. Realista exacerbado, prefirió la utilización del bronce antes que otros materiales. Sus personajes solitarios y de gran fortaleza física encarnan a toda una clase social. Se podría establecer un paralelismo entre la pintura de Millet y la escultura de Meunier, puesto que, en ambos casos, los artistas comparten la preocupación por la dignificación del hombre y su trabajo. Su fascinación por las temáticas realistas permite incluir a Meunier dentro de esta corriente artística, si bien su obra también estuvo muy influida por artistas posteriores como Rodin.    


EL PROCESO CREATIVO DE COROT

"El pintor se levanta hacia las tres de la madrugada, y sale a los campos a sentarse, y espera debajo de un árbol. Bien poco puede distinguir aún. Y de pronto, la atmósfera empieza a temblar, y se levanta una brisa que hace despertar las cosas. Un rayo de sol: después otro. Las flores se abren y los pájaros empiezan sus trinos... nada se veía, y de pronto, el mundo entero estará allí para el pintor. El sol se levanta mientras él toma sus notas; a lo lejos se pierden en el éter las siluetas de las colinas; los pájaros vuelan de un lado a otro; pasa un campesino montado en un blanco jamelgo, y desaparece por el sendero. El pintor sigue anotando, pero pronto habrá ya demasiada luz, percibirá demasiadas cosas... El artista vuelve a la granja; todos trabajan y él descansa y sueña con lo que ha sentido al amanecer. ¡Mañana ejecutará ya su sueño!"

(MOREAU-NÉLATON, E. Corot raconté par lui-même, 1924)



A FONDO

LA BALSA DE LA MEDUSA
GÉRICAULT

Géricault es un pintor de biografía atormentada e intensa, como corresponde a un verdadero romántico. Igualmente conflictivo y espinoso es el tema que elige para este cuadro pintado en 1818 que, actualmente, se puede visitar en el Museo del Louvre, y que se expuso aquel mismo año en el Salón entre fuertes polémicas. Más tarde fue llevado a Inglaterra, donde volvió a ser objeto de vivos debates.


El hecho que se toma como punto de partida e inspiración del cuadro sucedió realmente. En 1816, un barco gubernamental llamado Medusa naufraga en las costas africanas. Lo más llamativo de este hecho, que en un principio puede parecer intrascendente, es que el capitán del barco abandonó a su tripulación haciendo uso de una barca salvavidas. Los demás ocupantes del Medusa _se cree que en él había alrededor de 150 personas_ se vieron obligados a hacer una balsa con los restos del barco. De éstos, tan sólo 15 sobrevivieron. Quizá de esta desgracia, no especialmente infrecuente en aquella época, lo que realmente convulsionó a la opinión pública francesa es la posibilidad _nunca aclarada del todo_ de que los escasos supervivientes se vieran obligados a practicar el canibalismo para subsistir. Este hecho, que conmovió a la población francesa en su momento, es tomado por Géricault como punto de partida para hacer una alegoría de la situación política que atravesaba Francia tras la caída de Napoleón (1814).

El naufragio es un tema que ha sido tocado en varias ocasiones a lo largo de la historia de la pintura, pero nunca antes se había plasmado con tanta veracidad la situación de angustia y sufrimiento de aquellos que, a la deriva en una balsa, esperan que un barco les rescate. Géricault quería que en esta obra todo se reflejase con la máxima fidelidad posible, que se recogiesen los hechos tal y como acaecieron aquel verano de 1816. Con este fin, encargó una réplica de la balsa para su estudio y visitó a los supervivientes en el hospital afin de hacerse una idea más precisa de su situación y de sus lesiones. Se cree que, incluso, fue a un depósito de cadáveres en el que había cuerpos en descomposición y analizó concienzudamente las cabezas de criminales ajusticiados. Antes de enfrentarse definitivamente a esta obra hizo múltiples dibujos y bocetos preliminares, de los que se conservan algunos. También se pudo inspirar en los estudios anatómicos de Miguel Ángel, cuya obra conocía sobradamente tras su estancia en Roma y a quien admiraba profundamente. 

La composición del cuadro está estructurada en dos pirámides. La base inestable de ambas está constituida por los cadáveres hacinados. Por encima de ellos encontramos a los supervivientes, de entre los que sobresale el hombre que, reflexiva y apesadumbradamente, sujeta con un brazo el cuerpo sin vida de su hijo. Mira al vacío ensimismado, como si de alguna manera considerase inútil el esfuerzo, como si se resignase a sufrir la misma suerte que los tripulantes que yacen muertos en primer término. La cúspide de la pirámide la integran aquellos que luchan por sobrevivir y se encaraman a lo alto de la balsa, los que aún mantienen viva la esperanza. A lo lejos se divisa una nave que uno de los personajes señala con su mano, pero muy a lo lejos, lo cual permite que quede suspendida en el aire la posibilidad de que se acerque o de que se aleje sin percatarse de las señales que los náufragos le están haciendo con telas.

En medio de esta angustiosa situación, todavía es posible la esperanza que, en forma de luz, se abre entre los nubarrones e ilumina la balsa, y más concretamente a aquellos que todavía albergan alguna confianza y alzan su mirada hacia el horizonte.

Géricault, como corresponde a un pintor romántico, ha preferido un hecho trágico y nada halagador _algo que nunca habría hecho un pintor neoclásico_ en el que el hombre se ve subyugado por la fuerza incontenible de la naturaleza contra la que, en determinadas ocasiones _ésta es una de ellas_ es absurdo luchar. Géricault no quiso evitar uno de los aspectos más polémicos de este hecho, es decir, la posibilidad de que los náufragos para subsistir se viesen obligados a llegar a la antropofagia. Esta idea se sugiere a través de un hacha ensangrentada, que se puede observar en el ángulo inferior derecho del lienzo. 

El artista estuvo siempre muy ligado al círculo de Napoleón y sus partidarios, que se reunían en el estudio de Guerin, del que fueron alumnos David y el propio Géricault. Es debido a estas convicciones que La balsa de la Medusa se suele interpretar como una alegoría a propósito de la lamentable situación en que se encuentra la Francia de la Restauración borbónica. Otros autores, como Lorenz Eitner, entienden que esta obra posee, además, otra dimensión, y que se trata de una metáfora contemporánea de las trágicas condiciones del hombre moderno.




CITAS

"Ni la poesía ni la pintura podrán jamás hacer justicia al horror y la angustia de los hombres de la balsa". 
Théodore Géricault

"Llega Rubens, que ya ha olvidado las tradiciones de la gracia y la simplicidad. A fuerza del genio, restablece un ideal. Lo extrae de su propia naturaleza. Es la fuerza, los efectos impresionantes, la expresión llevada hasta el límite".
Eugène Delacroix

"La belleza no es meramente una cualidad imaginaria, sino una esencia real, que puede ser deducida desde la armonía del universo, y la perfección de sus partes maravillosas. Podemos entenderla a partir de toda naturaleza circundante". 
Flaxman

Los paisajes desiertos de Friedrich se han llegado a comparar con la música de Schubert y los paisajes orientales en los que la figura humana no aparece o bien es de pequeño tamaño y pasa prácticamente desapercibida. Mientras que el hombre desaparece, la naturaleza permanece ahí, inmóvil con el paso del tiempo.


GLOSARIO

La lectura interrumpida
Esta obra de Corot se conserva en el Art Institute de Chicago. En ella se puede ver a una muchacha que detiene su lectura dejando caer el libro sobre su falda para mirar distraída y ensimismada al vacío. Las pinceladas son anchas y ágiles y los colores terrosos dan una gran armonía a la obra.

Aníbal cruzando los Alpes de Turner
Se expuso en 1812. En él se retrata la gesta de los ejércitos de Aníbal cruzando los Alpes con elefantes, pequeñas siluetas que se dibujan en el fondo del cuadro, en medio de una fuerte tormenta. 

Lo sublime en Kant
Partiendo de este concepto, según lo había interpretado Burke, Kant considera que es sublime aquello que por su grandeza produce en nosotros un terror tal que paraliza nuestros sentidos y que, sólo nuestra razón es capaz de afrontar.

Entierro en Ornans de Courbet
Es un lienzo de enormes dimensiones en el que se refleja a los habitantes de su pueblo asistiendo a un funeral. Los personajes se alinean a lo largo del cuadro produciendo una intensa sensación de horizontalidad, que contrasta notablemente con otro de los entierros más famosos de la Historia del arte, El entierro del conde de Orgaz en el que existe una clara proyección vertical. 

Ugolino y sus hijos 
Según un paisaje extraído de La Divina Comedia, se narra la historia de un conde que es encerrado en una torre junto a sus hijos con el fin de que murieran de hambre. Ugolino terminó devorando a sus propios hijos. 

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